PEREGRINACIÓN A LA VIRGEN
DE LAS LAJAS
Y AL SEÑOR DE LOS MILAGROS
DE BUGA
“En ti está la fuente de
la vida,
y en tu luz vemos la luz”.
Sal. 36, 10
El cinco, el seis, el
siete, el ocho, el nueve y el diez de octubre del año en curso, el padre
Ricardo Prieto, presbítero de la Parroquia de San Basilio Magno de Bogotá, con
tres meses de anterioridad convocó y organizó una peregrinación con algunos de
los feligreses y vecinos de su parroquia al Santuario de la Virgen del Rosario
de las Lajas y a la Basílica del Señor de los Milagros de Buga. Para ello,
reunió 120 personas y tres omnibuses de la empresa “Skape”, en los cuales
repartió el personal a 40 personas por cada nave, con sus respectivos guías.
El domingo cinco a las
nueve de la noche en un frío cruel y lluvioso, salieron los vehículos
bendecidos por el capellán y encaravanados rumbo a la ciudad de Cali por la
carretera de Mondoñedo a conectarse con el peaje de Chusacá y continuar el
viaje hasta la Sultana del Valle a la cual llegaron a las siete de la mañana
del lunes seis.
Después de haber recorrido
482 km en 9 horas y al arribar a los albergues “Innovar” y “Las Vegas” el
personal fue repartido en los dos edificios porque los individuos no cabían en
uno solo. Los responsables de estos, los esperaban para que se inscribieran en
los libros de seguridad de los alojamientos y darles las llaves de los
dormitorios para que después, pasaran al comedor a desayunarse.
Una vez que pasó el acto,
los asesores ordenaron que el personal podía salir hasta el mediodía a pasear y
escudriñar parte de la urbe para volver a almorzar y dirigirse a investigar el
contenido del Zoológico de Cali, disponiendo de dos horas para extasiarse de la
belleza del paisaje, las fuentes de agua, los animales y retratar lo visto,
consumir algunos aperitivos y vencido el plazo, trasladarse en los colectivos a
la plaza de la Loma, a examinar, apreciar y a comprar algunas artesanías.
Luego de esto, subir a los
buses para ir a los aposentos a cenar y a descansar, porque el martes siete,
todos los devotos debían partir desayunados para llegar a Popayán y almorzar en
la fonda Pubenza y avanzar paulatinamente, descendiendo y subiendo por las escarpadas
sierras de las cordilleras Central y Oriental hasta llegar al pueblo del
Remolino.
Allí los automotores
pararon una hora para que los viajeros se bajaran a reposar, tomar refrescos,
comer algo y continuar el viaje hacia Ipiales, pero al andar algo más de una
hora el Sol se abismó en el occidente expidiendo rayos de luz fosforescente y
las máquinas continuaron recorriendo 467 km en 8 horas y 40 minutos,
hasta la ciudad de Ipiales o de las “nubes verdes”, según decir del poeta Juan
Montalvo.
Después de una pequeña
confusión entre los conductores, cada quien buscó llegar, unos al hostal
Internacional el Nogal y otros al Santa Isabel, a las diez de la noche a cenar
y a entregarse en brazos de Morfeo para levantarse el miércoles ocho a las
siete de la mañana a bañarse, arreglarse y alimentarse para partir a visitar el
santuario de las Lajas.
Al llegar allí todos y
cada uno pudieron apreciar la calidad de la construcción y la majestuosidad
interna y externa de la extraordinaria Basílica de la Virgen del Rosario, pero
en especial a encontrar la imagen de la Inmaculada grabada en la cueva, razón
por la cual recibió el nombre de la “Virgen de las Lajas”, quien está
acompañada de San Francisco de Asís y Santo Domingo de Guzmán.
Una infinidad de fieles
concurren día y noche a visitarla y a venerarla de todas partes de Colombia y
del extranjero. El padre de Villeta, Cundinamarca, celebró la Santa Eucaristía
acompañado de los suyos, y acto seguido, el padre Ricardo y sus feligreses.
Una vez que compraron sus
imágenes para bendecir, pagar sus diezmos y tomar fotografías, nuevamente el
líder espiritual, mandó seguir al grupo al interior de la Basílica para
rememorar el Santo Sacrificio de la Misa, bendecir a los asistentes y sus
objetos sagrados y al concluir el acto, desplazarse con los devotos a la
plazoleta frente al templo para captar instantáneas y guardarlas como un
testimonio para la posteridad.
Los coordinadores de la
romería, pidieron a sus protegidos que subieran por la difícil cuesta cementada
a observar la riqueza y la belleza del paisaje de la región esmeraldina de sus
cultivos, luego tomar los carros para volver a Ipiales a consumir el refrigero
y salir a reanudar el viaje a Tulcán.
Luego de recorrer 8.63 km
en una hora, al descender de los motores en la plaza de Bolívar de dicha
población, inmediatamente los 120 visitantes, fueron a la Necrópolis a divisar,
contemplar y filmar el famoso centro histórico que representa a la hermana
república ecuatoriana y al mundo.
Este parque-cementerio
tiene un espacio de ocho hectáreas con 120 figuras de ciprés talladas con
diversas imágenes artísticas precolombinas, hechas por el artífice José María
Azael Franco Guerrero quien al morir dejó encargada esta obra a uno de sus
hijos y a un amigo, para que continuaran realizando y conservando tan valiosa
creación.
Esta construcción fue, es
y será tan valiosa que el 28 de mayo de 1984 fue declarada “Patrimonio Cultural
del Estado” por el Instituto de Patrimonio Cultural de Ecuador.
Además, el 23 de agosto
del mismo año, la Dirección Nacional de Turismo lo declaró junto a sus jardines
interiores, como “Sitio Natural Turístico Nacional” y en el año 2005 por
resolución del Concejo Municipal de Tulcán, fue rebautizado el Camposanto con
el nombre de José María Azael Franco, por medio de la resolución expedida por
el Instituto Cultural de su ciudad natal.
Una vez los peregrinos
volvieron a los buses, los dirigentes les avisaron que podían ir en busca del
centro de la ciudad para informarse y apreciar los productos con el propósito
de poder comprar y llevarlos al hogar.
A las seis de la tarde,
los orientadores, exigieron a los pasajeros que se subieran a los buses para
retornar a Ipiales a las ocho de la noche a donde llegaron en pleno aguacero a
festejar y a dormitar para regresar el jueves nueve a Popayán.
Pero cual fue la sorpresa
que varias personas se afectaron y se marearon por las continuas subidas y
bajadas que hacían los buses a través de la cordillera Central unas veces y
otras, por la Oriental, durante seis horas. Otros contemplaban, analizaban y
admiraban los profundos abismos de más de mil a tres mil metros de profundidad
y partes muy áridas de aquellas montañas quemadas por los pirómanos de turno.
Como si fuera poco, una de
las máquinas de la comitiva se dañó llegando al municipio del Remolino, el
supervisor de los consejeros, tuvo que hacer parar dos faetones
intermunicipales y negociar la llevada de los “quinceañeros” hasta la capital
del Cauca, mientras que los otros dos carruajes arribaron a la hostería Pubenza
a las ocho y media de la noche para ingerir el piscolabis.
Al terminar de cenar, los
promotores los invitaron a pasear por el puente del Humilladero, la casa del
poeta Valencia, y otros sitios turísticos para cruzar la plaza Caldas, y
desplazarse a buscar los autobuses con el fin de retornar a Cali ese mismo día
nueve a los dos establecimientos de huéspedes.
A las doce y media de la
noche los viajeros recibieron las comidas para luego ir a dormir y a las ocho
de la mañana volver a reforzar el alimento para que el viernes diez a las nueve
de la mañana los penitentes pudieran dirigirse a Buga, a terminar la penitencia,
comprar las estampas religiosas del Santo Cristo y la “revista del Señor de los
Milagros” y demás elementos para bendecirlos al terminar la Sagrada Eucaristía.
A las dos de la tarde,
todos salieron por la autopista, rumbo al Quindio para degustar en una de las
fincas de la Tebaida, el alimento a eso de las tres de la tarde donde tomaron
un descanso de media hora, microfilmaron la zona, compraron las últimas cosas
para llevar y a la cinco de la tarde prosiguieron el viaje a Bogotá, para
llegar a la base a la una de la mañana, satisfechos infinitamente con Dios, con
el padre Richard, con los líderes y con todos y cada uno de los amigos de la
travesía, por haber logrado el objetivo propuesto.
Bogotá, 10 de noviembre de
2014